viernes, 31 de agosto de 2018

LECTURA 5 "Marco Polo y las maravillas de Oriente"


Marco Polo y las maravillas de Oriente
Manuel Forcano
National Geographic
30 de julio de 2013

El mundo es un libro –decía san Agustín–, y aquellos que no viajan, no leen de él más que una página». Marco Polo fue un excelente lector del mundo; la crónica de sus viajes maravillosos por Oriente, el Libro de las maravillas del mundo, titulada originalmente Le devisement du monde –La descripción del mundo–, relata veinticuatro años de travesías y descubrimientos por territorios muy alejados de su Venecia natal, entre 1271 y 1295. Acompañado por su padre y su tío, Marco Polo vivirá y trabajará diecisiete años al servicio del gran emperador mongol Kublai Kan.
En este largo, complicado, nebuloso y casi mágico trayecto hacia territorios completamente desconocidos para la mayoría de sus contemporáneos, Marco Polo nos proporciona un caudal inconmensurable de datos sobre los países y los paisajes que atraviesa, así como sobre la gente que trata y conoce, sus historias, costumbres, cultos, cultivos, joyas, tejidos, caminos, comidas y animales. Algunas veces se expresa con un lenguaje de inventario y con aburridas fórmulas estereotipadas, pero muchas otras nos relata lo que ve con un estilo vivo, ágil y ameno con el fin de maravillar a su público y dejarlo boquiabierto.




Para mantener despierta la atención de sus oyentes, Marco Polo y su escriba, Rustichello da Pisa, muchas veces cuentan historias y leyendas con una curiosa mezcla de tiempos verbales que sitúan una acción pasada en el presente para así convertirla en algo vivo e intrigante, y a menudo se dirigen a la audiencia con preguntas directas o con frases admirativas que buscan en todo momento contagiar la emoción y la sorpresa. Estas marcas orales presentes en todo el texto nos indican claramente que el Libro de las maravillas del mundo que ha llegado hasta nosotros era, esencialmente, un texto más para ser escuchado que para ser leído.

Por las rutas de Asia Central
El largo trayecto de ida de Venecia a Pekín se alarga tres años (1271-1274) y, a pesar de que es en China y durante los años de servicio en la corte del Gran Kan donde Marco Polo vive y descubre las más grandes maravillas, el camino no está exento de rarezas, curiosidades y milagros que sorprenden, en alto grado, tanto a Marco Polo como después a sus oyentes. Dejando atrás el Próximo Oriente y adentrándose en territorios ya bajo el dominio mongol, Marco Polo descubre en Armenia la mágica silueta del monte Ararat donde se posó el arca de Noé tras el diluvio universal, y en los territorios de la alta Mesopotamia describe las fuentes negras y los pozos de alquitrán, algunos en llamas, siempre encendidos, verdaderos faros en las noches del desierto.

Antes de relatar su paso por Persia, Marco Polo prefiere deleitar a su público con una fábula sobre un milagro obrado por un zapatero ciego y devotísimo de la mítica ciudad de Bagdad, quien, gracias a sus plegarias, consigue que Dios mueva una montaña salvando así a la comunidad cristiana de las manos del terrible califa. Se trata de un cuento fantástico, a la manera de las Mil y una noches, en el cual Marco Polo parece explicar la salvación de la comunidad cristiana de Bagdad en 1258, cuando los mongoles entraron a sangre y fuego en la ciudad, gracias a la intercesión de Doquz Jatún, la esposa del príncipe mongol Hulagu, devota del nestorianismo, corriente cristiana que se había difundido por Asia desde hacía varios siglos.

Pero es el relato de su paso por las planicies de Irán lo que provoca verdadero asombro y hasta escándalo: en lo que parece un recurso para seguir extasiando al público cristiano que escucha sus andanzas, Marco Polo describe la patria de los tres reyes magos de Oriente del Evangelio, y nos habla de sus tumbas y de los cuerpos todavía incorruptos de Gaspar, Melchor y Baltasar. Esta noticia invalidaría la tradición de la conservación de sus huesos en el famoso y venerado Dreikönigsschrein, el relicario de los Tres Reyes Magos de la catedral de Colonia, en Alemania, con lo que estalla la polémica. A continuación, Marco Polo pasa a justificar el origen del culto al fuego que practicaban los habitantes de esos parajes, convirtiendo a los tres reyes magos en mazdeístas o «adoradores del fuego».

Cada vez más lejos de casa, avanzando hacia Oriente, en un mundo envuelto en un aura fulgurante de leyenda y maravilla, el tono de su relato va adquiriendo más y más matices fantasiosos: en el Jorasán persa, la leyenda del árbol seco o solitario que indicaba el fin del mundo, pero que él logra superar, las pavorosas trazas de la destrucción sembrada por las hordas mongolas en el Asia Central, la travesía de los enormes desiertos vacíos, inhóspitos y peligrosos del Taklamakán y el Gobi, llenan el libro de riesgo, intriga y aventura.

En la corte de Kublai Kan
La meta de su viaje, Pekín, está cada vez más cerca, pero se halla ya tan lejos de Venecia que nuestro viajero tiene la sensación de estar alcanzando los confines del mundo: los prados infinitos de Mongolia, abiertos a todos los vientos e inabarcables a la vista, lo hacen sentirse verdaderamente en otro mundo; los paisajes adquieren tonos irreales y los presenta como los llanos de los exiliados gigantes bíblicos Gog y Magog del libro del Génesis, de las profecías de Ezequiel, del Apocalipsis... Pero el mundo parece no acabarse ni tener límite alguno, ni temporal ni espacial. Gog y Magog se han convertido en un imperio muy bien organizado hacia el que los Polo se dirigen: la corte de Kublai Kan, establecida en verano en la mítica ciudad de Xanadú (en la actual región china de Mongolia Interior), modelo de la magnificencia y el resplandor del poder del gran emperador mongol, Señor de Asia.

La descripción del maravilloso palacio móvil de Kublai, hecho de bambú y totalmente decorado, con su extenso jardín cerrado lleno de árboles, flores, fuentes y animales exóticos para solaz del gran señor, y con la espléndida corte que le rodea y le acompaña compuesta por nobles, soldados, sabios, monjes y magos informa al público europeo del altísimo grado de magnificencia y lujo de esta ciudad mítica, Xanadú, nombre que a partir de este momento se convertirá para la cultura occidental en sinónimo de esplendor, fasto y opulencia. Entre las maravillas y las rarezas del palacio de verano de Kublai Kan, Marco Polo destaca la presencia de astrólogos, hechiceros, nigromantes, chamanes y encantadores que rodean al emperador mongol: son los bacsi, los influyentes monjes budistas que dominan la corte del gran Kan y que en los suntuosos y espectaculares banquetes ofrecidos por el emperador usan técnicas telequinésicas para acercar la copa de vino o los manjares a la boca de su señor: camareros quietos, concentrados, desplazando objetos con su mente. ¿Magia pura o simple imaginación del autor?

En Pekín, Marco Polo pasa a formar parte de la élite de extranjeros que trabajan al servicio del gran Kan. Así, el veneciano nos descubre lo portentoso del aparato burocrático y administrativo necesario para regir las entrañas de un imperio que hermana las costas del Pacífico, el Índico, el Himalaya y los confines mediterráneos del Próximo Oriente. Marco Polo descubre a los europeos la férrea organización de un ejército de proporciones inmensas, un sistema de correos que funciona a la perfección, la fabricación de papel a partir de técnicas desconocidas en Europa, el uso extendido del papel moneda…

Veinte años en China
A las órdenes de su nuevo señor, para quien trabajará diecisiete años, Marco Polo viajará por las provincias interiores de China. Sus relatos descubren a los europeos el color amarillento del célebre Huang He (el río Amarillo), sierpes bestiales, junglas sofocantes, brujos médicos, las altas montañas occidentales del Tíbet, el otro gran río chino, el Yang Tse o río Azul, la peculiar orografía del norte de Vietnam con su gente «bella y alta», y describe vívidamente las batallas heroicas de los mongoles para conquistar los territorios de la actual Birmania.

Pero lo que quizá más sorprendió a los europeos fue la descripción del Gran Canal, una antiquísima obra de ingeniería empezada en el siglo VII y en la que trabajaron más de cinco millones de hombres y mujeres. El resultado fue una red de canales artificiales comunicados con lagos y ríos que lo convirtieron en la vía de agua navegable más larga construida por el hombre. A lo largo del Gran Canal discurría la carretera imperial sombreada por árboles plantados con este fin y jalonada con postas de correos.

Las ciudades adosadas al Gran Canal proporcionan a Marco Polo la posibilidad de expresarse en términos superlativos. El tráfico comercial y humano, así como la agitación de las ya abigarradas y superpobladas ciudades chinas sorprenden a nuestro viajero, y sus descripciones no parecen sino exageraciones; las cantidades son ingentes: de barcos, de personas, de mercancías, de riquezas... Todo es tan desbordante que «sin verlo es imposible que alguien lo crea», y Marco Polo llega a admitir que dar cuenta de todo lo que ve y lo que hay supone una «tarea demasiado ardua».

El relato sobre la inconmensurable China se corona con la descripción a fondo de varias ciudades que maravillaron a Marco Polo, quien las calificó de magníficas, opulentas y portentosas. Quinsai, la moderna Hangzhou, la antigua capital de la vencida dinastía Song en Mangi (nombre que los mongoles daban a la China meridional), se reveló al veneciano como un lugar de maravilla absoluta que no dudó en definir como «un paraíso». En aquella época, la ciudad contaba con más de un millón de habitantes y sus dimensiones eran enormes. Todas las cantidades se cuentan por miles: 12.000 puentes, 100.000 guardias, 4.000 baños públicos, 30.000 soldados, banquetes con 10.000 comensales, palacios de 1.000 habitaciones, 1.600 millares de edificios, 50.000 personas en la plaza del mercado... Tanta es la admiración por este monstruo urbanístico y su comarca que le es difícil expresarla en palabras: «Es verdaderamente muy costoso describir la gran nobleza de esta provincia y, por lo tanto, callaré». También la ciudad de Zayton, variopinta, cosmopolita y tolerante, situada en la China del sureste, poblada por comerciantes persas, árabes, indios, marineros, emisarios, oficiales, soldados, monjes y misioneros budistas, taoístas, hindúes, musulmanes, judíos, cristianos nestorianos, maniqueos... provoca que Marco Polo la denomine el «puerto de las delicias».

¿Estuvo Marco Polo en China?
A pesar de toda la información que nuestro viajero nos proporciona de la China de los mongoles, hay investigadores que dudan de su visita precisamente por todo lo que omite: la historiadora norteamericana Frances Wood, por ejemplo, se pregunta por qué Marco Polo no menciona en absoluto ni la Gran Muralla, ni la escritura ideogramática china, ni el té, ni los palillos de comer o los pies vendados de las mujeres. Pero hay que tener en cuenta que ni la Gran Muralla –que sería reconstruida en piedra en el siglo XVII por la dinastía Ming– ni el té, que llegaría a China en el siglo XVI de mano de los portugueses, tenían entonces la importancia que tienen ahora, y las costumbres o características de la civilización china eran en aquel momento, a ojos del veneciano, poco significativas o de escaso valor documental, pues eran los mongoles quienes gobernaban y los chinos el pueblo sometido, y, no hay que olvidarlo, Marco Polo trabajaba para el Kan.

El viaje de vuelta a casa de los Polo, hacia Occidente a través del Índico, enlaza el puerto chino de Zayton con el estrecho de Ormuz (en el golfo Pérsico), donde los viajeros retomarán el camino de regreso por tierra. Tras tantos años en China, el trayecto es de nuevo un gran despliegue de maravillas. Pero, curiosamente, los detalles de este periplo marítimo son menos conocidos, menos citados, a pesar del cúmulo de elementos legendarios que Marco Polo ofrece a sus sorprendidos oyentes y lectores: el trayecto por las islas indonesias, donde topa con caníbales y adoradores de animales vivos; las extrañas islas de Andamán y Nicobar, donde conoce a primitivos hombres con cabeza de perro; el sinfín de maravillas que observa en las costas de la India «que no pueden dejarse en silencio»; las misteriosas islas de Kuria Muria en las costa de Omán, una para hombres y otra para mujeres... Es evidente porqué se agolpaba la multitud en Génova bajo la ventana de la celda donde el capitán Marco Polo pasaba su cautiverio junto al escriba Rustichello da Pisa cuando leía en voz alta sus aventuras. La prisión de Malapaga se convirtió, así, en una incansable fábrica de maravillas que incendió la imaginación de los europeos desde el primer momento en que se puso por escrito el relato del viaje de un mercader veneciano que había atravesado un mundo fantástico, aunque real. La verdad, cuando no se conoce, suena a fábula, pero, afortunadamente, la fantasía de una fábula, bien contada, puede ser totalmente cierta.


Lee el artículo original en este link:

 https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/marco-polo_7469/4

jueves, 23 de agosto de 2018

The 5 Great Schools of Ancient Greek Philosophy

The 5 Great Schools of Ancient Greek Philosophyby Andrea Borghini


Ancient Greek philosophy extends from as far as the seventh century B.C. up until the beginning of the Roman Empire, in the first century A.D. During this period five great philosophical traditions originated: the Platonist, the Aristotelian, the Stoic, the Epicurean, and the Skeptic.
Ancient Greek philosophy distinguishes itself from other early forms of philosophical and theological theorizing for its emphasis on reason as opposed to the senses or the emotions. For example, among the most famous arguments from pure reason we find those against the possibility of motion presented by Zeno.

Early Figures in Greek Philosophy

Socrates, who lived at the end of the fifth century B.C., was Plato’s teacher and a key figure in the rise of Athenian philosophy. Before the time of Socrates and Plato, several figures established themselves as philosophers in small islands and cities across the Mediterranean and Asia Minor. Parmenides, Zeno, Pythagoras, Heraclitus, and Thales all belong to this group. Few of their written works have been preserved to the present day; it was not until Plato's time that ancient Greeks began transmitting philosophical teachings in text. Favorite themes include the principle of reality (e.g., the one or the logos); the good; the life worth being lived; the distinction between appearance and reality; the distinction between philosophical knowledge and layman’s opinion.

Platonism

Plato (427-347 B.C.) is the first of the central figures of ancient philosophy and he is the earliest author whose work we can read in considerable quantities. He has written about nearly all major philosophical issues and is probably most famous for his theory of universals and for his political teachings. In Athens, he established a school – the Academy – at the beginning of the fourth century B.C., which remained open until 83 A.D. The philosophers who chaired the Academy after Plato contributed to the popularity of his name, although they did not always contribute to the development of his ideas. For example, under the direction of Arcesilaus of Pitane, began 272 B.C., the Academy became famous as the center for academic skepticism, the most radical form of skepticism to date. Also for these reasons, the relationship between Plato and the long list of authors who recognized themselves as Platonists throughout the history of philosophy is complex and subtle.

Aristotelianism

Aristotle (384-322B.C.) was a student of Plato and one of the most influential philosophers to date. He gave an essential contribution to the development of logic (especially the theory of syllogism), rhetoric, biology, and – among others – formulated the theories of substance and virtue ethics. In 335 B.C. he founded a school in Athens, the Lyceum, which contributed to disseminate his teachings. Aristotle seems to have written some texts for a broader public, but none of them survived. His works we are reading today were first edited and collected around 100 B.C. They have exercised tremendous influence not only upon the Western tradition but also upon the Indian (e.g. the Nyaya school) and the Arabic (e.g. Averroes) traditions.

Stoicism

Stoicism originated in Athens with Zeno of Citium, around 300B.C. Stoic philosophy is centered on a metaphysical principle that had been already developed, among others, by Heraclitus: that reality is governed by logos and that what happens is necessary. For Stoicism, the goal of human philosophizing is the achievement of a state of absolute tranquility. This is obtained through the progressive education to independence from one’s needs. The stoic philosopher will not fear any bodily or social condition, having trained not to depend on bodily need or any specific passion, commodity, or friendship. This is not to say that the stoic philosopher will not seek pleasure, success, or long-standing relationships: simply that she will not live for them. The influence of Stoicism on the development of Western philosophy is hard to overestimate; among its most devoted sympathizers were the Emperor Marcus Aurelius, the economist Hobbes, and the philosopher Descartes.

Epicureanism

Among philosophers’ names, “Epicurus” is probably one of those that is most frequently cited in non-philosophical discourses. Epicurus taught that the life worth being lived is spent seeking pleasure; the question is: which forms of pleasure? Throughout history, Epicureanism has often been misunderstood as a doctrine preaching the indulgence into the most vicious bodily pleasures. On the contrary, Epicurus himself was known for his temperate eating habits, and for his moderation. His exhortations were directed towards the cultivation of friendship as well as any activity which most elevates our spirits, such as music, literature, and art. Epicureanism was also characterized by metaphysical principles; among them, the theses that our world is one out of many possible worlds and that what happens does so by chance. The latter doctrine is developed also in Lucretius’s De Rerum Natura.

Skepticism

Pyrrho of Elis (c. 360-c. 270 B.C.) is the earliest figure in ancient Greek skepticism. on record. He seems to have written no text and to have held common opinion in no consideration, hence attributing no relevance to the most basic and instinctive habits. Probably influenced also by the Buddhist tradition of his time, Pyrrho viewed the suspension of judgment as a means to achieve that freedom of disturbance that alone can lead to happiness. His goal was to keep each human’s life in a state of perpetual inquiry. Indeed, the mark of skepticism is the suspension of judgment. In its most extreme form, known as academic skepticism and first formulated by Arcesilaus of Pitane, there is nothing that should not be doubted, including the very fact that everything can be doubted. The teachings of ancient skeptics exercised a deep influence on a number of major Western philosophers, including Aenesidemus (1st century B.C.), Sextus Empiricus (2nd century A.D.), Michel de Montaigne (1533-1592), Renè Descartes, David Hume, George E.

Moore, Ludwig Wittgenstein. A contemporary revival of skeptical doubting was initiated by Hilary Putnam in 1981 and later developed into the movie The Matrix(1999.)

Reference:
Borghini, Andrea. "The 5 Great Schools of Ancient Greek Philosophy." ThoughtCo, Jun. 27, 2018, thoughtco.com/five-great-schools-ancient-greek-philosophy-2670495.



martes, 21 de agosto de 2018

La Economía y el hombre


La Economía y el Hombre
Autor: Eduardo Dermardirossian - dermar@speedy.com.ar
El fin que persigue la economía como ordenamiento humano no es independiente de los otros fines del hombre. 
Aún más: los diferentes aspectos que conciernen al humano vivir, tales como los relativos a la cultura, a la salud, a la seguridad y otros más, no deben subalternizarse a la economía o dejarse al arbitrio de las variables del mercado. Dicho de otro modo, no puede ser considerada la economía como un fin en sí mismo. 
Así, metas tales como el equilibrio fiscal, la estabilidad monetaria, la producción en términos de eficiencia, el funcionamiento más o menos libre del mercado y otros tantos asuntos similares, no deben ser sostenidos a expensas de tan importantes necesidades humanas.
Porque la economía y los muchos y complejos asuntos que su manejo conlleva no constituyen fines últimos, separados de las necesidades y de los anhelos de los hombres. El pan mejor amasado no me sirve si no es apto para mi alimentación, o si, aún alimentando a otro, no llega a mi mesa. Parecida cosa acontece con los pretendidos logros económicos, cuando son a expensas de quienes debieran verse favorecidos con ellos. 
Hablamos de las actividades que los hombres desarrollan para sufragar las necesidades que les son propias. Tal cosa es la economía y no otra. Y toda explicación que pretextando motivaciones técnicas conduzca a resultados distintos de los enunciados servirá, seguramente, para agudizar las enormes e injustas concentraciones de medios que caracterizan a las economías llamadas modernas, a expensas de quienes desde siempre fueron despojados del producido de su personal trabajo. 
Las fabulaciones sabihondas respaldadas por cifras e indicadores macroeconómicos no alimentan los enflaquecidos cuerpecitos de niños que padecen desnutrición en diversas regiones del planeta, ni educan al analfabeto, ni curan a los enfermos que aguardan en las puertas del maltratado hospital público. 
La democracia ha de ser sostenida sin vacilación, pero es obvio que deberá recuperar su contenido para que con ella se coma, se eduque y se cure. Y es aquí donde la economía tiene algo que hacer. Frecuentemente se ha pretendido explicar las injusticias habidas con el argumento de que es necesario aguardar algún tiempo para que las medidas económicas muestren sus resultados benéficos. Y con igual frecuencia el hombre ha aguardado en vano esos resultados. 
La economía producto del trabajo humano, en último análisis- no debe verse con perspectiva histórica sino biológica. Lo diré en otros términos: si el hombre trabaja para satisfacer sus necesidades, lo debido, lo justo es que las satisfaga en el tiempo que dura su vida, con la premura que cada necesidad le impone y en la medida que su esfuerzo haya resultado fructífero. 
Es preciso que el producto de su trabajo le sea entregado al hombre en su propio tiempo biológico y no que se le condene a aguardar un mañana que seguramente no llegará. Porque para entonces habrá muerto, o porque si la vida le regaló más años de existencia, lo magro de su retribución o la erosión de su ahorro lo condenará a una vida mísera, cuando no al desamparo y a la orfandad. 
Y en este punto es preciso advertir que mientras ese hombre espera sin esperanza o padece su pobreza, los hay que desde ayer exhiben con frivolidad e impudicia las riquezas mal habidas mediante el trabajo de otros y depositadas sobre las cenizas de tantas esperanzas frustradas. Recuerdo las leyendas que los comerciantes y artesanos de otrora ponían en sus negocios y talleres: hoy no se fía, mañana sí. 
Los modernos recursos dialécticos, con sofisticada apoyatura técnica y comunicacional, han incorporado ese mensaje para consuelo de los postergados Cuando una pregunta es debidamente formulada, suele conducir a la respuesta correcta. En nuestro caso la pregunta es, además, simple: ¿la economía es para el hombre o el hombre es para la economía. La cuestión siempre presente de la delimitación entre el interés común y el interés individual es medular en este asunto. Esa delimitación ha sido diversa en cada tiempo histórico, como ha sido diversa también según los intereses puestos en juego y los sectores involucrados. El nuestro es un tiempo de exaltación del individualismo, pero con la perniciosa particularidad de que en nuestro medio ello se ha exacerbado hasta niveles antes desconocidos, con notorio desdén por el prójimo. Hablo de extremos impiadosos de egoísmo, producto de una concepción del hombre como entidad cuasi descartable.
La vida del hombre ha sido desacralizada por completo y reemplazada por una visión interesada de su finitud. En definitiva, el trabajo humano ha sido reducido a una variable económica llamada mercado laboral, la cual interactúa con otras variables también económicas, tales como los mercados de capitales, tecnológico, etcétera. Dentro de tal concepción ?que puede llamarse de fundamentalismo económico o de mercado- es obvio que el trabajo humano habría de ser devaluado. En línea con esta concepción del hombre, de su trabajo y de sus necesidades, y en concordancia con la deificación del lucro, hemos asistido a la demolición del Estado y los huracanes privatizadores arrasaron ya el patrimonio público, transfiriéndolo a manos privadas. 
De derecho o de hecho se han enajenado áreas que hasta hace poco tiempo sólo podían concebirse en manos del Estado. Y de resultas de ello la prestación de servicios de la mayor relevancia para la comunidad han sido confiados a la iniciativa empresarial privada, cuyo objeto, naturalmente, no puede ser otro que el lucro. Es por esto que adhiero sin hesitar a aquello de que la economía es cosa demasiado seria para dejarla en manos de los economistas.
Autor: Eduardo Dermardirossian - dermar@speedy.com.ar
Federico Anzil (08 de Mar de 2006). "La Economía y el Hombre". [en linea]
Dirección URL: http://www.zonaeconomica.com/el-hombre-y-la-economia(Consultado el 8 de Jul de 2016)

LECTURA 4 "La historia a través de los mapas"


"La historia a través de los mapas"
National Geographic 12 de marzo de 2013

Desde los inicios de la civilización, la humanidad ha buscado formas de representar el mundo con precisión y dejar constancia gráfica de su tiempo.
Hace 2.300 años, Eratóstenes, director de la Biblioteca de Alejandría, calculó la medida de la circunferencia de la Tierra con una fidelidad extraordinaria. Hoy sabemos que su margen de error fue de apenas unos 400 kilómetros.


Las mediciones del sabio fueron el primer paso para la confección de unos mapas que mostrasen la superficie de nuestro mundo, cuya más antigua representación sistemática debemos a los estudiosos griegos. Geógrafos y astrónomos helenísticos determinaron la forma esférica del planeta, fijaron las nociones del ecuador, los trópicos y los polos, y dividieron el globo en una retícula formada por líneas verticales (los meridianos) y horizontales (los paralelos), estableciendo unas coordenadas geográficas que hoy seguimos utilizando y nos permiten determinar la situación de un punto sobre la superficie terrestre. Quien atrapó el mundo en esa malla cuadriculada fue Tolomeo, otro sabio griego que vivió en Alejandría, capital científica de la Antigüedad, en el siglo II d.C. 

Los ocho volúmenes de su Geografía incluían un mapamundi y 26 mapas detallados que constituyen el primer atlas universal de la historia. Pero el declive del Imperio romano de Occidente relegó esta obra excepcional al olvido durante la Edad Media.
La Tierra que Tolomeo había aprisionado en su cuadrícula estaba formada por una vasta masa continental (Europa, Asia y África) que encerraba en su interior las aguas del Mediterráneo y el Índico, y estaba bañada por un vasto océano exterior. Y así se seguía imaginando el orbe cuando entre los siglos XIII y XV se elaboraron en Europa unas detalladas cartas náuticas, los portulanos, en las que innumerables líneas rectas unían los puertos situados a orillas del Mediterráneo y los más cercanos de aquel mar exterior. Unas líneas que los navegantes podían seguir gracias a una nueva maravilla: la brújula magnética. 

Mientras tanto, en el siglo XV, de la Constantinopla amenazada por los turcos había llegado a Europa la Geografía de Tolomeo, que despertó un interés sensacional (fue impresa siete veces entre 1475 y 1500) y espoleó las navegaciones de portugueses y españoles, quienes, deseosos de alcanzar las riquezas y especias asiáticas, se aventuraron en las aguas del océano, unos hacia el este, bordeando África, y los otros hacia el oeste, cruzando el desconocido Atlántico. Así, entre los siglos XV y XVI aquel mundo cerrado sobre el Mediterráneo abrió sus puertas de par en par, y un nuevo continente surgió de la nada: América. Sus costas, al igual que las de África y las del Asia más lejana, fueron perfilándose en los mapas renacentistas, unidas por líneas rectas como las de los portulanos.


Sin embargo, aquellas líneas que debían orientar a los marinos también podían alejarlos de su destino, porque no tenían en cuenta la curvatura de la Tierra. El holandés Gerard de Kremer (cuyo apellido, «comerciante», latinizó como Mercator) halló la solución a este
problema con la proyección que lleva su nombre, ideada para su mapamundi de 1569: en él

los meridianos se sitúan a intervalos regulares, pero los paralelos se van aproximando proporcionalmente a medida que se alejan de los polos. La cuadrícula milenaria heredada de los griegos se adaptaba de este modo a la superficie del planeta como una fina piel geométrica, y en ese gigantesco damero los navegantes pudieron moverse con seguridad cuando en 1765 dispusieron del cronómetro, que permitía determinar la longitud geográfica, es decir, la distancia entre un lugar y el meridiano que se tomara como referencia. Ellos dibujaron las costas de los continentes donde exploradores y topógrafos se adentraban para representar con precisión el territorio gracias a nuevos métodos cartográficos e instrumentos de medición, como la triangulación y el teodolito.

Y así empezó a completarse el atlas de la Tierra. Desde principios del siglo XX, los recónditos territorios a los que aún no habían accedido los topógrafos ocuparon su lugar en los mapas gracias a la aviación, y los avances científicos sucedidos sin tregua han permitido cartografiar desde los fondos marinos hasta los vastos espacios interestelares, donde flota una minúscula Tierra cuya superficie sus moradores tardaron más de 2.000 años en dibujar con cierta exactitud.



Desde su fundación hace 125 años, National Geographic Society ha dado testimonio de ese avance en la representación de nuestro orbe; de hecho, la primera fotografía publicada en la revista de la Sociedad fue un novedoso mapa de América del Norte. Pero no solo se
cartografía el hoy de nuestro mundo. También podemos representar el ayer: puesta sobre un mapa, la historia se entiende mejor. Así lo ha demostrado la Sociedad con mapas de todas las épocas y todos los ámbitos de estudio: desde los que, elaborados con datos de satélite, dan cuenta de la distribución de los cenotes y las ruinas mayas, hasta los que reflejan los escenarios de la guerra de Secesión estadounidense o los sofisticados mapas que, también construidos con satélite, se están usando para localizar la tumba de Gengis Kan, el conquistador mongol de las estepas.

La cartografía es el idioma de la geografía y una de las múltiples voces de la historia, y así lo manifiesta la gran cantidad de mapas de Historia, la última obra con que la Sociedad nos invita a navegar, brújula en mano, por el amplio territorio del pasado.


domingo, 12 de agosto de 2018

LECTURA 3 "El Popocatépetl: un volcán rigurosamente vigilado"

El Popocatépetl: un volcán rigurosamente vigilado

Laura Romero Mireles
Revista ¿Cómo ves? UNAM

El “cerro que humea”, aquel que los aztecas convirtieron en dios por su majestuosidad, no va a tomarnos por sorpresa. Decenas de hombres y mujeres de ciencia, armados con la tecnología más moderna, no le quitan la vista de encima.
De los aztecas a los chilangos, los habitantes del Valle de México hemos sido testigos de las no siempre inofensivas travesuras de “Don Gregorio”. Fumarolas, rocas incandescentes y cenizas han atemorizado más de una vez a quienes viven en sus cercanías.
Desde 1927, el Popocatépetl había permanecido tranquilo. Sin embargo, en 1993 dos estaciones sismológicas cercanas operadas por los institutos de Ingeniería y Geofísica de la UNAM registraron un incremento en la actividad del volcán. El coloso había despertado, aunque la situación no se consideraba de emergencia. No obstante, de ahí en adelante sería indispensable monitorearlo y vigilarlo, de manera rigurosa, a fin de prevenir cualquier sorpresa.
Por esa razón, al año siguiente un grupo de especialistas del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) de la Secretaría de Gobernación, junto con los institutos mencionados, se dio a la tarea de diseñar, instrumentar y operar un sistema integral de monitoreo del Popocatépetl. Este grupo es encabezado por Roberto Quaas Weppen, quien es investigador del Instituto de Ingeniería de la UNAM.
A fines de 1994 ya operaban cuatro estaciones sismológicas en el volcán, dos de ellas de manera provisional. Así, cuando en diciembre de ese año sobrevino un evento eruptivo caracterizado por la emisión de cenizas volcánicas, se tuvo información oportuna para enfrentar la situación. Sin embargo, la repetición de ese tipo de eventos en 1995 y 1996 hizo necesario intensificar el monitoreo, que se volvió cada vez más complejo.
Para comenzar, las estaciones de medición debieron colocarse en lugares de muy difícil acceso y consideradas de alto riesgo. Algunas de ellas se sitúan a 4,500 metros de altura, mil metros por debajo del cráter.
Los investigadores “no somos alpinistas y no estamos habituados a trabajar a esas alturas y menos aún cuando se lleva equipo pesado, como antenas, baterías, radios y sensores”, explica Quaas Weppen, coordinador de Instrumentación Sísmica y Monitoreo Volcánico del Cenapred.
Además, la complejidad de la vigilancia del volcán obliga a que intervengan especialistas en sismología, vulcanología, geología, geoquímica, electrónica, comunicaciones y otras disciplinas. Sólo con la reunión de los distintos conocimientos que poseen y apoyados con la tecnología más moderna, es posible determinar el comportamiento que podría seguir el Popo y alertar a tiempo a las autoridades y a la población en caso de peligro.
Un problema más es que los instrumentos instalados soportan condiciones climáticas severas: bajas temperaturas, fuertes vientos, tormentas y nieve. Afortunadamente, las estaciones funcionan de manera autónoma, gracias a que reciben energía a través de paneles solares y baterías.

Para ganarle al volcán

El Cenapred cuenta ya con 28 estaciones de medición operando en el volcán y zonas aledañas. Entre ellas, 15 son sísmicas y cuatro detectan lluvia y flujos, como se aprecia en el mapa. Los flujos son una mezcla de agua, ceniza, lodo y piedras que pueden arrasar con lo que encuentran a su paso; de presentarse, los flujos alcanzarían rápidamente a los poblados cercanos al Popocatépetl. Pueden producirse por el deshielo de una parte del glaciar, que mide 0.4 kilómetros cuadrados y su espesor alcanza en algunos puntos hasta 25 metros.
El sistema de monitoreo también dispone de una alarma automática que alerta al personal encargado cuando la actividad del volcán aumenta. Las estaciones emiten en forma continua señales de radio que se reciben en el Cenapred. Ahí son registradas, procesadas y analizadas para crear bancos de datos que consultan los especialistas, tanto para avanzar en sus investigaciones como para elaborar el pronóstico del comportamiento del volcán en el corto y mediano plazos. Las señales provienen, sobre todo, de cuatro tipos de monitoreo: visual, sísmico, geoquímico y geodésico.
El monitoreo visual es la detección a simple vista o mediante instrumentos ópticos de las manifestaciones externas del volcán, como fumarolas o explosiones. Para realizarlo se usan helicópteros, aviones, imágenes de satélite e incluso una cámara de video situada en las faldas del volcán Iztaccíhuatl, que transmite en forma continua lo registrado, vía microondas, al Cenapred.
Para conocer lo que ocurre en el interior del edificio volcánico, las estaciones de monitoreo sísmico miden las pequeñas vibraciones producidas dentro del Popo. La fuente de algunas de estas vibraciones es, posiblemente, una cámara magmática ubicada varios kilómetros bajo el nivel del mar, en la cual se puede acumular gas y magma.
Además, con el monitoreo sísmico se identifican los sitios de concentración de esfuerzo, las fracturas o migración de sismicidad cuando el material intenta salir por conductos laterales del volcán. La mayoría de las estaciones tienen sismógrafos que miden las vibraciones verticalmente, de norte a sur y de este a oeste.
El monitoreo geodésico ofrece información sobre la deformación del volcán que provoca la presión ejercida por el material de la cámara magmática al intentar salir; es “como un globo que se infla o se desinfla”, explica Quaas. Por medio de aparatos llamados inclinómetros, que registran cambios en las laderas del Popo, con precisión de milésimas de grado, puede establecerse la proximidad de una erupción mayor.
El estudio de los materiales provenientes del interior volcánico corresponde al monitoreo geoquímico, con el que se detectan y analizan gases —particularmente bióxidos de azufre y de carbono—, cenizas, rocas y cambios en el pH (grado de acidez) y el nivel de los manantiales. Uno de los aparatos empleados en este tipo de monitoreo es el espectrógrafo de correlación.
Adicionalmente se obtienen, por medio de una cámara de video programada por computadora, imágenes térmicas del Popocatépetl. En ellas se distinguen las zonas más calientes y se determinan las temperaturas de las fumarolas y de la lava al interior del cráter. También se miden las ondas de presión, generadas al presentarse una erupción explosiva.
Debido a que las cenizas volcánicas pueden afectar severamente el vuelo de las aeronaves, el Cenapred tiene una responsabilidad más: indicar a las autoridades de aviación de la presencia de columnas de ceniza, a fin de evitar accidentes. Para ello se emplea un radar meteorológico que detecta día y noche emisiones densas de ceniza y materiales sólidos expulsados.

Más vale prevenir...

El Popocatépetl, desde el cual un conquistador español, Diego de Ordaz, viera por primera vez “la gran ciudad de México y toda la laguna y todos los pueblos que están en ella poblados”, según refiere Bernal Díaz del Castillo, es uno de los volcanes mejor monitoreados del mundo. Gran parte del equipo empleado en esta tarea ha sido diseñado por investigadores de la UNAM y adaptado a las condiciones del volcán.
El sistema completo de monitoreo y vigilancia se ha establecido gracias al trabajo multidisciplinario e interinstitucional; incluso han participado organizaciones de otros países, como la U.S. Geological Survey, con ayuda técnica e instrumentos. Existe además un comité científico formado por destacados investigadores de la UNAM y el Cenapred, cuya labor consiste, con base en el diagnóstico, en informar y hacer las recomendaciones pertinentes a las autoridades de Protección Civil para que éstas apliquen medidas preventivas y se mitiguen así los efectos que “Don Gregorio” pudiera tener sobre la población.
También se toma en cuenta la historia geológica del volcán para elaborar mapas de riesgo y programas de emergencia y evacuación.
De este modo, sismólogos, geólogos, ingenieros y vulcanólogos vigilan momento a momento al Popocatépetl, tan admirado por los beneficios que aporta —la fertilización de tierras, las lluvias que atrae, la belleza de sus paisajes— como temido por los daños que puede ocasionar.



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jueves, 9 de agosto de 2018

LECTURA 2 "EN BUSCA DE DOGGERLAND"

"EN BUSCA DE DOGGERLAND"
Por Laura Spinney 
National Geographic

Por décadas, los barqueros del mar del Norte han estado dragando con sus redes vestigios de un mundo desaparecido. Hoy los arqueólogos se plantean una pregunta oportuna: ¿qué le sucede a la gente cuando su tierra desaparece bajo un mar creciente?

Cuando aparecieron por primera vez las señales de un mundo perdido en el fondo del mar del Norte, nadie quería creerlas.
La evidencia empezó a salir a la superficie hace siglo y medio, cuando la mayoría de los pescadores de la costa holandesa adoptó una técnica llamada arrastre con viga. Arrastraban redes adicionadas con pesas por el suelo marino y las sacaban llenas de lenguados, sollas y otros peces que viven en el fondo del mar. Pero a veces también podía salir en la red un enorme colmillo y caer con estrépito, sobre la cubierta, o los restos de un uro, de un rinoceronte lanudo o de otras bestias extintas.
Generaciones después, un ingenioso paleontólogo aficionado llamado Dick Mol convenció a los pescadores de que le entregaran los huesos y anotaran las coordenadas donde los habían encontrado. En 1985, un capitán le llevó a Mol un maxilar humano perfectamente conservado con todo y los molares gastados. Con su amigo y a su vez colega aficionado Jan Glimmerveen, Mol dató hueso con radiocarbono. Resultó tener 9500 años, lo que significaba que el individuo vivió durante el periodo Mesolítico, cuando en el norte de Europa comenzaba el final de la última era glacial, hace unos 12000 años, y que terminó hasta el advenimiento de la agricultura 6000 años después. "Creemos que proviene de un entierro -dice Glimmerveen-. Uno que permaneció intacto hasta que el mundo desapareció bajo las olas, hace aproximadamente 8000 años".

La historia de esa tierra desaparecida empieza con la reducción del hielo. Hace 18000 años, los mares alrededor del norte de Europa eran unos 122 metros menos profundos que hoy. Gran Bretaña no era una isla, sino la punta noroccidental deshabitada de Europa, y entre ella y el resto del continente se extendía una tundra helada. Conforme el mundo se calentó y el hielo se fundió, ciervos, uros y jabalíes salvajes se dirigieron al norte y al occidente. Los cazadores los siguieron. Al dejar las tierras altas de lo que hoy es Europa occidental, se encontraron con una extensa planicie baja. 

A esta extensa planicie desaparecida los arqueólogos la llamaron Doggerland, por el bando Dogger, un bajo arenoso del mar del Norte. Alguna vez se pensó que se trataba de un gran puente de tierra desierta, entre la Europa continental moderna y Gran Bretaña; en la actualidad se infiere que Doggerland estuvo habitada por pobladores del Mesolítico, probablemente en grandes números, hasta que fueron obligados a salir de allí miles de años después por el crecimiento sin tregua del mar. Siguió un periodo de trastornos climáticos y sociales hasta que, a finales del Mesolítico, Europa había perdido una porción sustancial de su masa continental y se veía muy similar a como es ahora. 
Muchos han llegado a considerar Doggerland como la clave para entender el Mesolítico en el norte de Europa, y este, a su vez, como un periodo que contiene lecciones para nosotros, que estamos viviendo otro periodo de cambio climático. Gracias a un equipo de arqueólogos paisajistas de la Universidad de Birmingham, dirigido por Vince Gaffney, tenemos ahora una buena idea de cómo se veía esta tierra perdida. Con base en datos de investigación sísmica, Gaffney y sus colegas han reconstruido digitalmente casi 46620 kilómetros cuadrados del terreno sumergido, un área mayor que los Países Bajos.

En el Centro de Tecnología Visual y Espacial IBM de la universidad, del que Gaffney es jefe, proyecta imágenes a todo color de esta tierra desconocida en pantallas gigantes. Justo fuera de los límites del mapa, el Rin y el Támesis se unpian y fluían juntos hacia el sur en el llamado río del Canal. Según el clima de ese entonces -quizá varios grados más caluroso que el actual-, los contornos de su pantalla se traducen en colinas ondulantes, valles boscosos, ciénagas exuberantes y lagunas. "Era un paraíso para los cazadores-recolectores", comenta.
La publicación en 2007 de la sección inicial de este mapa permitió a los arqueólogos "ver" por primera vez el mundo mesolítico, identificar incluso probables locaciones de asentamientos con vistas a una excavación potencial. El costo de la arqueología submarina y la pobre visibilidad en el mar del Norte mantienen estos asentamientos tentadoramente fuera del alcance, al menos por ahora. Pero los arqueólogos tienen otras maneras de revelar cómo eran los doggerlandeses y cómo respondieron al inexorable deslizamiento del mar sobre sus tierras.

En primer lugar, están los tesoros sacados por las redes de los pescadores. Además del maxilar humano, Glimmerveen ha acumulado más de 100 objetos distintos: huesos de animales que muestran señales de carnicería y utensilios hechos de hueso y cuerno, entre ellos un hacha con un patrón en zigzag. Puesto que él tiene las coordenadas de estos hallazgos y los objetos en el fondo del mar no suelen moverse lejos de donde los ha liberado la erosión, puede asegurar que muchos de ellos provienen de una zona específica del sur del mar del Norte, que el holandés llama De Stekels (Las Espinas), caracterizada por pronunciadas crestas en el lecho marino. "El sitio o los sitios deben haber estado cerca de un sistema de ríos -explica-. Quizá vivían en dunas de río".


Otra manera de entender a los doggerlandeses es excavar en aguas poco profundas o sitios intermareales de aproximadamente la misma edad. En los años setenta y ochenta del siglo XX, un sitio llamado Tybrind Vig, a unos cientos de metros de la costa de una isla danesa del mar Báltico, se hallaron indicios de una cultura pesquera del mesolítico tardío sorprendentemente avanzada. Entre los objetos figuran remos decorados con elegancia y varias canoas largas y estrechas, una de ellas de más de nueve metros. Más recientemente, Harald Lübke, del Centro de Arqueología Báltica y Escandinava en Schleswig, Alemania, y sus colegas han excavado una serie de yacimientos submarinos en la bahía de Wismar, en la costa alemana del Báltico, de entre 8.800 y 5.500 años de antigüedad. Los yacimientos documentan de manera ostensible un cambio en la dieta de sus habitantes, que pasaron de comer pescado de agua dulce a consumir especies marinas a medida que la subida del nivel del mar transformaba sus tierras; con el paso de los siglos los lagos interiores rodeados de bosques se transformaron en marismas cubiertas de juncos, más tarde, en fiordos y finalmente, en la bahía abierta que hay en la actualidad.
Una transformación similar tuvo lugar en Goldcliff, en el estuario galés del Severn, donde el arqueólogo Martin Bell, de la Universidad de Reading, y su equipo llevan excavando 21 años. Durante el mesolítico el Severn estaba encajado en un valle estrecho, pero a medida que el mar fue subiendo, se desbordó sobre los lados del valle y se extendió, creando el actual estuario.
Un día de agosto, durante una marea excepcionalmente baja en Goldcliff, seguí a Bell y sus colaboradores por la fangosa llanura mareal hasta dejar atrás enormes troncos negros de robles prehistóricos que el lodo ha preservado. Teníamos menos de dos horas antes de que la marea volviese a subir. Llegamos a una pequeña elevación que 8.000 años atrás era el litoral de una isla. Un miembro del equipo echó agua a presión, y de pronto surgió el relieve de 39 huellas dejadas por tres o cuatro individuos en ambas direcciones a lo largo de la orilla. "Debían de salir de su campamento para examinar las trampas para peces en un canal cercano," dice Bell.

Síntomas que resultan familiares

El arqueólogo opina que en algún momento hubo numerosos campamentos en el estuario, y que cada uno de ellos estuvo poblado por un grupo familiar de unos diez individuos. Seguramente no estaban habitados de forma permanente. El más antiguo habría quedado sumergido durante las mareas más altas, por lo que está claro que sus ocupantes eran estacionales, y cada vez que regresaban construían el campamento un poco más arriba en la ladera. Lo asombroso es que siguieran volviendo durante siglos, quizá milenios, y que cada vez encontrasen el camino a través de un paisaje siempre cambiante. Esta población fue testigo de la desaparición del bosque de robles, tras quedar anegado por el mar. "En algún momento los árboles colosales asomarían, muertos, a través de la marisma. Debió de ser un paisaje extraño", imagina Bell.
El verano y el otoño habrían sido épocas de bonanza en toda la costa, con buena caza gracias a los animales salvajes que llegaban atraídos por los extensos pastizales de las marismas, el mar lleno de peces, y avellanas y bayas en abundancia. Durante las otras estaciones los grupos se trasladaban a tierras más altas, probablemente siguiendo los valles de los afluentes del Severn. Puesto que se trataría de culturas de transmisión oral, los individuos de mayor edad serían los guardianes del conocimiento medioambiental, capaces de interpretar, por ejemplo, el patrón de las migraciones de las aves y poder así informar a su grupo sobre el momento adecuado para abandonar la costa y migrar a las tierras altas, decisiones de las que dependía su supervivencia.
El hallazgo de grandes concentraciones de objetos sugiere que los pueblos del mesolítico, al igual que los posteriores cazadores-recolectores de América del Norte, se reunían en grandes grupos para celebraciones anuales de tipo social, posiblemente a principios del otoño, cuando llegaban las focas y los salmones. En el oeste de Gran Bretaña, estos encuentros tenían lugar en las cimas de las colinas, con vistas a los cazaderos de focas. Habría sido el momento ideal para que los jóvenes encontrasen pareja y para el intercambio de información sobre otros sistemas fluviales más allá del territorio de cada grupo, una información cada vez más crucial conforme el mar iba alterando el paisaje.
La subida más drástica del nivel del mar se produjo a un ritmo de uno o dos metros por siglo, pero dada la variada topografía del terreno, las inundaciones no debieron de ser uniformes. En los territorios bajos, como Doggerland, el avance del mar convirtió los lagos en estuarios. La reconstrucción digital de Gaffney muestra que uno en particular, el Outer Silver Pit, contiene inmensos bancos de arena que solo se podrían haber creado por fuertes corrientes mareales. En algún momento esas corrientes habrían dificultado enormemente el paso en canoa, y a la larga habrían creado una barrera permanente a lo que antes habían sido territorios de caza.

¿Cómo se adaptaron los cazadores del mesolítico, cuya existencia estaba determinada por el ritmo de las estaciones, a la progresiva desaparición de su mundo? Jim Leary, arqueólogo de English Heritage, ha buscado en la litera­tura etnográfica paralelismos con los inuit y otros cazadores-recolectores actuales que se enfrentan al cambio climático. Para quienes aprendieron a explotar ese mar en ascenso, convirtiéndose en expertos fabricantes de canoas y pescadores, la nueva situación debió de ser una bendición, pero solo por un tiempo. Al final la pérdida de territorio llegaría a contrarrestar esos beneficios.
Los ancianos del mesolítico, los «depositarios del conocimiento» como los llama Leary, ya no habrían sido capaces de interpretar por más tiempo las sutiles variaciones estacionales del paisaje para aconsejar al grupo. Aislados de sus territorios de caza y pesca ancestrales, y de sus cementerios, las poblaciones humanas debieron de sentirse profundamente desarraigadas, dice Leary, «como los inuit, aislados de sus tierras por la fusión de los témpanos de hielo».
«Debieron de producirse enormes flujos mi­­gratorios –añade Clive Waddington, de Archaeological Research Services Ltd., una consultora de Derbyshire–. Es probable que los pueblos que vivían en lo que hoy es el mar del Norte tuvieran que marcharse con gran rapidez.» Algunos se dirigieron a Gran Bretaña. En Howick, Northumberland, en los acantilados que recorren la costa nordeste de Gran Bretaña y que por tanto debieron de ser las primeras colinas que vieron, el equipo de Waddington ha encontrado los restos de una vivienda que ha sido reconstruida tres veces en un período de 150 años. La cabaña data de hacia 7900 a.C., una de las evidencias más antiguas de asentamiento en Gran Bretaña. Waddington interpreta su repetida ocupación como señal de un creciente sentimiento de territorialidad: sus residentes tuvieron que defenderse de las oleadas de desplazados de Doggerland.
«Sabemos lo importantes que fueron las zonas de pesca para la subsistencia de aquellos pueblos –dice Anders Fischer, arqueólogo de la Agencia Danesa para la Cultura, en Copenhague–. Si cada generación veía desaparecer sus mejores calade­ros, sin duda debían de verse obligadas a encontrar unos nuevos, y eso los llevaría repetidamente a entrar en competición con grupos vecinos. En sociedades con una organización social de escasa complejidad, eso seguramente derivaba en conflictos y violencia.»
Migración, territorialidad, conflicto: modos diversos y difíciles de adaptarse a las nuevas circunstancias, pero adaptaciones al fin y al cabo. Hubo un tiempo, sin embargo, en que el mar agotó por completo la capacidad de supervivencia de los habitantes de Doggerland. Hace unos 8.200 años, tras milenios de una ininterrumpida crecida del mar, una inmensa descarga de agua de deshielo procedente de un gigantesco lago glaciar norteamericano, el Agassiz, causó una subida del nivel del mar de más de 0,6 metros. Esta entrada de agua helada ralentizó la circulación de agua caliente en el Atlántico Norte, lo que provocó una bajada brusca de la temperatura e hizo que las costas de Doggerland –si es que aún quedaba algún trozo de tierra emergida– fueran azotadas por vientos gélidos. Por si el panorama no fuese bastante dramático, casi al mismo tiempo un deslizamiento submarino cerca de la costa de Noruega conocido como el deslizamiento de Storegga provocó un tsunami que inundó todo el litoral del norte de Europa.
¿Fue el tsunami de Storegga el golpe de gracia, o ya había desaparecido Doggerland bajo el mar? Los científicos no están seguros, pero lo que sí saben es que a partir de ese momento el ritmo de la subida del nivel del mar se ralentizó. Después, hace unos 6.000 años, un nuevo pueblo procedente del sur arribó a las costas de las islas Britá­nicas, por entonces cubiertas de bosques densos. Llegaron en barcos, con ovejas, ganado y cereales. Hoy, los descendientes de aquellos primeros agricultores neolíticos, aunque equipados con una tecnología mucho más sofisticada que la de sus congéneres mesolíticos, se enfrentan una vez más a un futuro con un mar en ascenso.


A Study on the Hierarchy of Values

A Study on the Hierarchy of Values Tong-Keun Min Chung Nam National University ...